UN DIA COMO HOY

Nunca conté públicamente esta historia. Un día inesperado de mediados de 1999, recibí un e-mail con una invitación que jamás podría haber imaginado. Fue la invitación para ser el nuevo editor de la Casa de Publicaciones en español de la Iglesia de Dios con sede en Cleveland, TN, más conocida como Editorial Evangélica. Desde los 7 años yo era lector voraz de su principal publicación, la revista El Evangelio. Así conocí a los grandes héroes de la pluma hispana como Hiram Almirudis, Roberto A. Rivera y Héctor Camacho, entre otros. A los 17 años ingresé en el mundo del periodismo y las publicaciones pero nunca pasó por mi mente, ni siquiera la fantasía de un día trabajar en Editorial. Por eso el inesperado e-mail fue un shock. La invitación implicaba moverme a los EE.UU. con mi familia, dejar la iglesia que pastoreaba y también dejar El Puente Uruguay, el periódico cristiano que dirigía. La verdad, no fue difícil tomar la decisión, a pesar de que fue una conmoción para todos, familia, iglesia y amigos. Los siguientes fueron intensos meses de preparación y despedidas pero un día a finales del mismo año, recibí otro e-mail. Esta vez su contenido hizo trizas toda ilusión y entusiasmo. Allí me agradecían por mi disposición pero me notificaban que habían nombrado a otra persona. Enojado y triste escribí un correo a amigos cercanos que aún conservo en mis archivos. Ellos me animaron y me ayudaron a mirar adelante. Ese año con el cambio de planes, decidimos retomar un viejo sueño que yo tenía en el corazón que era plantar una nueva iglesia en el área céntrica de mi ciudad. Lo hicimos, aún permanece ahora bajo el nombre de Centro Cristiano de Multiplicación. En menos de un año vimos milagros y cosas sobrenaturales ocurrir, lo cual es historia para otro capítulo. La Editorial ya era un tema olvidado, pero unos meses después recibí una invitación a una reunión donde me informaron que la posición todavía estaba vacante y si aún estaba dispuesto a aceptarla, sería mía. Esta vez tomar la decisión fue mucho más difícil. La nueva iglesia estaba creciendo, y acabábamos de comprar un edificio de manera milagrosa en el corazón de la ciudad. Mi futuro estaba totalmente comprometido con ese proyecto. Ahora tenía nuevas metas. Pero Dios y yo nos conocemos. No era la primera vez y no sería la última, que él me pedía que dejara algo que él mismo me había dado.
El proceso de toma de decisión y las sucesivas confirmaciones es otro capítulo aparte. Al fin, el 1 de Diciembre de 2000 entré a mi nueva oficina y me senté, temblando, en el sillón que ocuparon aquellos grandes pioneros y maestros de las letras que yo admiraba desde niño. Me recibieron dos gigantes de la fe, el Dr. Esdras Betancourt y el Dr. Roberto A. Rivera. Yo era el nuevo editor pero todavía me sentía un muchacho de un pequeño país del sur a quien nadie conocía en los pasillos de la “tierra santa”, la sede mundial de la Iglesia. Los altos ejecutivos gringos me saludaban y me decían “encantado de conocerte”. A los pocos días me veían y otra vez me decían: “encantado de conocerte” o sea no me registraban… Estuve 10 años en la Editorial Evangélica. Edité decenas de libros y miles de lecciones de escuela bíblica. De mi oficina salieron 40 ediciones de la histórica revista El Evangelio, en papel brillante y a todo color. Viajé a muchos lugares y lo más importante, coseché una cantidad de amigos que mantengo hasta hoy. Pero el escritor siempre tuvo corazón de pastor. Los días en la oficina a veces se me hacían largos añorando los agitados días de la vida pastoral. Ana no podía entender que en lugar de “disfrutar” de no tener la carga pastoral, la extrañara tanto. Estar en la editorial me hacía saltar de la cama cada mañana y correr con entusiasmo al trabajo soñado. Pero en mi corazón aún estaba el fuego por el pastorado. Al aproximarse mi décimo año en la editorial comenzó en mí una crisis muy fuerte. Hacía dos años que habíamos fundado la iglesia Luz para las Naciones y yo evaluaba la idea de dejar la editorial para dedicarme al ministerio a tiempo completo. La iglesia estaba creciendo y cada vez nos demandaba más. Mi esposa ya había salido de la editorial donde era escritora de niños y estaba trabajando en la iglesia. Pero la editorial era el trabajo de mis sueños. Mis amigos me aconsejaban seguir, “muchos quisieran tu posición”, me decían. Pero mi corazón estaba tomando un nuevo rumbo. Una tarde me quedé solo en el edificio y comencé a buscar la voz de Dios. En mi mente había dudas, pero si él me confirmaba su voluntad yo sabría qué hacer. En lo profundo de mi ser sentí su voz: “ya es hora de irte, tu tiempo aquí se acabó”. A veces Dios te habla tan claro, que el miedo a obedecer se disfraza de duda.
A la siguiente semana fui a ver al Supervisor General, por ese entonces, el Dr. Raymond Culpepper. Le abrí mi corazón y le conté lo que me sucedía. El me dijo, “Te entiendo bien, a mí a veces me pasa lo mismo.” Allí, en su oficina se arrodilló conmigo y oró por mí pidiendo dirección del Señor. Como Gedeón en la Biblia, unos días después le pedí a Dios una señal. Por ese entonces habían colocado un cartel de venta en el edificio y la editorial sería movida a otra parte. Mi señal fue: “Señor, si tengo que quedarme te pido que al fin de la semana, el viernes, quiten ese cartel de ahí. Si llega el viernes y aún está entenderé que tengo que irme y renunciaré”. Pedí eso porque en el personal había cierta preocupación respecto a la venta del local donde por tantos años había funcionado la editorial. Fue una semana tensa, sin embargo el viernes llegó. Fui a trabajar muy nervioso. Cuando llegué el cartel de venta estaba ahí! Incrédulo como Gedeón, le dije a Dios: no te ofendas conmigo, pero necesito otra señal más! Por esos días se celebraba la Asamblea Sudamericana en Santa Cruz, Bolivia. Yo iba a participar representado a la editorial. Entonces, le pedía a Dios la segunda señal: “que alguien que no sepa de la situación se acerque a mí durante la Asamblea y me dé una palabra profética de tu parte confirmando que tengo que irme.” Pasé al altar cada noche, pero nadie me decía nada. La última noche yo estaba confundido. Si no me hablas hoy, no sé que voy a hacer! El predicador de la noche de clausura fue el Rev. Víctor Pagán. El predicó sobre Génesis 12 donde está el llamado a Abraham. “Dios le dijo a Abraham: vete! Esto es algo que tenemos que entender todos los ministros, que la palabra ´vete´ también tiene que estar en nuestro vocabulario. Hay veces en que tú te pensarás en establecerte en un lugar como los que construyeron la Torre de Babel y otras veces en que Dios te dirá vete, como le dijo a Abraham. Los nombres de los que construyeron la torre ni siquiera aparecen en la Biblia porque fueron orgullosos y autosuficientes. Pero de Abraham todo nos recordamos y Dios hizo su nombre conocido.” Wow! Yo le había pedido a Dios una palabra profética y él me estaba dando todo un sermón! El lunes llegué a mi oficina con la decisión tomada. El Dr. Carlos Morán acababa de ser nombrado como nuevo director y conociendo mi situación, me había expresado su deseo de que continuara como editor. Llegué directo a su oficina. El no estaba allí. Me dijeron que estaba en una reunión en otro lugar de la ciudad, así que fui hasta ahí. Cuando entré, él venía caminado por el pasillo. Ahí mismo, en un rincón de la iglesia de North Cleveland, le conté lo que pasó en Bolivia y le confirmé mi decisión de salir de la Editorial Evangélica para dedicarme a la iglesia a tiempo completo. El lo entendió enseguida y sólo me pidió que permaneciera tres meses para terminar algunos proyectos y planificar una transición. En lo personal era un salto al vacío, pasar a vivir por fe, sin nada seguro humanamente hablando. Salir del sistema, perder los beneficios, soltar la silla de mis héroes de la fe. Pero al salir de allí experimenté una sensación de paz que no se puede describir con palabras. Era la paz de quien siente que está en la perfecta voluntad de Dios. A pesar de los cabos sueltos, yo me sentí flotando en el aire. Me reía solo. Ese domingo lo comuniqué a la iglesia, todos se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir. Mi último día en la editorial fue el 30 de Junio de 2011, un día como hoy. Dios ha sido más que fiel. Los años allí fueron maravillosos y aún extraño a la gente. Pero nunca me arrepentí de mi decisión. Con él tiempo he aprendido como Ana en la Biblia, que Dios no puede darnos nada que no estemos dispuestos a devolvérselo y que como decía el Rev. Roland Vaughan, hay que aprender a agarrar las bendiciones con la mano blandita, así no te duele tanto cuando Dios te pida que las sueltes… para darte otras nuevas.

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