LA BICICLETA DE MI PADRE
Mi padre aprendió a ser un pastor desde muy jovencito. El cargaba el viejo maletín de su pastor y lo acompañaba en muchos de sus viajes ministeriales. Ahí aprendió a amar el ministerio y a plantar iglesias. Siendo yo un pequeño niño, mi padre ya era pastor. Mis primeros trabajos ministeriales eran pasar un trapo para quitar el polvo de los bancos de la iglesia y el que más me gustaba: lustrar sus zapatos para que brillaran cada domingo cuando él subía a predicar.
Durante muchos años el fue pastor de dos iglesias a la misma vez. Era tiempos difíciles. Éramos muchos hermanos y durante un tiempo vivimos en otra ciudad lejos de donde estaban las iglesias. El salario de mi padre era muy bajo en esa época. A veces no era suficiente. El no tenía auto, casi ningún pastor lo tenía. Algunas veces no tenía para pagar los boletos del bus. Sin embargo nunca dejaba de cumplir con su misión. Nunca. Una noche llegó muy tarde. Todos ya estábamos en la cama. El se había venido caminando después de un servicio. Nunca lo dijo, nunca se quejó, pero me imagino que caminó unas 3 horas para llegar a la casa.
Un día lo llamaron a la Oficina del Supervisor para informarle que desde la sede internacional de la Iglesia había llegado una ofrenda especial para comprarle una bicicleta! No recuerdo todos los detalles de cómo fue eso. Yo tenía 7 años, pero sí recuerdo la emoción que sentí cuando vi su foto con la bicicleta en la contraportada de la revista El Evangelio, que era la publicación oficial de la iglesia. Yo guardé ese ejemplar que con el tiempo de fue haciéndose un especial objeto que atesoré toda mi vida.
Ese regalo cambió la vida de mi padre y aceleró su ministerio. Pero también impactó mi vida, aunque no por una razón ministerial. Por esos meses mi padre decidió que ya era tiempo de que yo realizara mi primer viaje en ómnibus… solo. El plan era que subiera en la parada cerca de mi casa y viajara hasta la casa de mi abuela. Era un viaje de unos 10 minutos, pero para mí era un viaje al fin del mundo! Me temblaban las piernas, pero el acuerdo fue que para que yo no tuviera miedo, él me acompañaría viajando cerca del autobús en su bicicleta. Yo pagué el boleto, me fui hacia el fondo y me senté en la última fila para poder ver a mi padre por la ventana. El pedaleaba a buen ritmo y se mantenía cerca. Me sonreía alzando su mano y yo me sentía seguro, pero a veces el bus aceleraba y me padre se quedaba muy lejos. Otras veces giraba en algunas calles y lo perdía de vista. Al rato, la figura de mi padre aparecía otra vez doblando para entrar nuevamente en la misma ruta del bus. Por mementos me daba como una tristeza al ver el esfuerzo que hacía para mantenerse cerca y que yo no lo perdiera de vista. Fueron diez minutos pero pareció una eternidad. Nunca lo olvidaré. Cuando llegamos, me abrazó y me dijo lo hiciste muy bien! Aunque quien lo había hecho muy bien fue él.
Todavía, en algunos de mis viajes más difíciles por la vida, lo busco. Miro para atrás y me parece verlo. Sonriendo, saludándome, dándome ánimo para seguir. En verdad yo estoy comprometido a llegar hasta el final porque en este viaje él llegó a destino primero y me está esperando para volver a abrazarnos.
Muchas gracias por "abrir tus manos" y compartir tus tesoros!
ResponderBorrarHoy me es fácil entenderte, porque en este primer año sin mi papá, su recuerdo ha salido a mi encuentro más de una vez, y me ha abrazado con su sonrisa, con su mirada, con sus palabras...
Y porque también a mi, me anima el saber que un día lo volveré a ver, y me dará ese eterno abrazo... que me ha hecho tanta falta!