EL ESPÍRITU DE SOSPECHA

Durante estos convulsionados días en el ambiente cristiano a raíz de otro suicidio de un pastor, leí comentarios crueles, incluso algunos en mi muro en respuesta a mi post “Curas en el monasterio”. La verdad debo decir, tuve que eliminar dos o tres por su tono negativo. No me gusta la actitud del que frente al sufrimiento ajeno dice “algo habrá hecho”. Culpabilizar a la víctima es una manera de lavarse las manos y de alivianar la conciencia. Pero también, dudar de la víctima refleja los dolores de nuestras propias heridas. Inmediatamente se activa la base de datos de nuestro cerebro para recordarnos los sufrimientos que pasamos cuando nosotros mismos fuimos víctimas. Dudamos porque recordamos los que nos pasó una vez. El rechazo, la traición, la humillación, el despojo y la indiferencia dejan huellas en nuestro sistema emocional. Entonces tomamos precauciones. No queremos volver a sufrir. Así es que cuando nos enfrentamos a situaciones que nos recuerdan esas experiencias traumáticas activamos una especie de antivirus emocional, yo lo llamo el Espíritu de Sospecha. El espíritu de Sospecha coloca un filtro en nuestra mente que nos hace ver el presente con ojos de pasado. Nos pone a la defensiva y no lleva a ver a todas las personas como “culpables hasta que demuestren lo contrario”. Pero así no se puede vivir. El recuerdo el daño pasado, no puede condicionar el potencial de éxito de nuestro futuro. La lengua crítica más afilada a veces es portavoz del alma más dañada. El que hiere, hiere porque está herido. La desconfianza es la hermana de la sospecha y la prima de la suspicacia. La única manera de recuperarse del dolor de un engaño no es la sospecha, es confiar otra vez. El problema de proteger nuestras heridas y tener el espíritu de sospecha es que nos volvemos sarcásticos, escépticos y crueles. El espíritu de sospecha aleja de nosotros a gente buena. Nos impide subirnos al tren de oportunidades legítimas. Nos aparta y nos aísla. No hace ver fantasmas donde no los hay y nos drena la energía defendiéndonos de quien no nos ataca. Peleamos contra enemigos que no existen, mientras el enemigo de nuestras almas manipula nuestros pensamientos. Nos distrae y nos debilita. El espíritu de sospecha nos convierte en humoristas, expertos en la ironía y el sarcasmo. Enseñamos a la gente a creer cuando nosotros mismos estamos de vuelta y ya no creemos en nada ni en nadie. El granito de mostaza se lo comió el león rugiente. Ya no construimos torres de cristal, hora vivimos en castillos de piedra, acorazados y protegidos. Ya tenemos nuestro propio Jericó. Nuestra única esperanza es que el Espíritu Santo siga dando vueltas alrededor nuestro, que nos permita un rompimiento del “séptimo día”, que destruya los muros de nuestro corazón y que vuelva a convertirnos en seres humanos, misericordiosos, perdonadores, conscientes de que nadie está libre de ser herido, pero que todos somos responsables de lo que haremos con esa herida. Casi todos los verdugos son heridos que nunca sanaron

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