VISITAS PASTORALES
Jesús no visitó muchas casas ni mantuvo demasiadas conversaciones con individuos particulares. Él focalizó su ministerio en los lugares públicos. Predicó a las multitudes y priorizó el discipulado de los 12. Sus escasas visitas a hogares fueron con propósito. A la casa de Simón y a la casa de Zaqueo fue con fines evangelísticos. A la casa de Pedro fue a sanar a su suegra, lo mismo que a la casa de hija de Jairo. A la casa de Marta y María iba a descansar cuando pasaba por Betania. No hay registros en los evangelios de que Jesús dedicara mucho tiempo a recorrer las casas de las personas a ver cómo estaban, a orar por ellos o a hacer “visitas pastorales”.
La importancia de la ministración en las casas surge con la iglesia primitiva.Surge por una cuestión de espacio. No había suficiente lugar para discipular a miles de personas que se convirtieron al evangelio en cuestión de días. La mayoría de ellos provenían de pueblos y aldeas lejanas que estaban en Jerusalén por causa de la fiesta anual de Pentecostés. Muchos de ellos no quisieron regresar a sus hogares. La naciente iglesia tuvo que organizar los servicios, clases de Discipulado y aún la comida y la logística de tan grande multitud. Las casas fueron la solución. Eran un vibrante lugar de evangelización, adoración y discipulado.
En tiempos modernos, en algún momento alguien estableció las “visitas pastorales” como una actividad mandatoria de los ministros. Alejada de las bases bíblicas tanto en el ministerio de Jesús como en la iglesia primitiva, las visitas pastorales se convirtieron en algo así como la visita del doctor del pueblo. Acudir a emergencias, atender crisis, escuchar problemas o simplemente pasar a ver cómo están las personas. En un tiempo esta práctica llegó a considerarse digna de un “buen pastor”. Cuidar las ovejas. La realidad actual es que los doctores ya no van a las casas, ahora hay suficientes clínicas, hospitales y muchos doctores en cada ciudad. Sin embargo, en muchos lugares las personas aún reclaman la visita del pastor. Las visitas a los hogares generaron mucha dependencia pastoral, demandaron demasiado tiempo de su agenda, abrieron la puerta a situaciones incómodas e inapropiadas y finalmente no produjeron ni madurez en las personas ni crecimiento en la iglesia. Los hogares dejaron de ser centros de evangelismo y discipulado y se convirtieron en centros de demanda de pastores a domicilio. “El pastor no me visita” o “Él pastor no cuida a sus ovejas” se convirtieron en las quejas repetidas de los creyentes tibios del siglo 20. Muchos pastores aún se sienten presionados o culpabilizados por esto a pesar de que ya estamos en el siglo 21. Las iglesias que más crecen no tienen un individuo pastor que recorre el pueblo golpeando las puertas para ver por qué los miembros no fueron a la iglesia el último domingo. Dicho sea de paso, el buen pastor de la historia que contó Jesús no dejó las ovejas en el redil sino en el desierto. Eran ovejas que se sabían cuidar solas. La que fue a buscar no estaba con la patita quebrada o enferma, ni estaba atascada en un pozo. Tampoco dice la Biblia que curó sus heridas ni que la cargó en sus hombros. Eso dice la canción, no la Biblia. La escritura dice que se había “descarriado”, o sea se salió del carril, se perdió, por eso se quedó sola. Y esa era la amenaza. El lobo no ataca al grupo, sino al que se queda solo. La alegría del pastor fue unirla de nuevo al grupo. Los pastores debemos formar ovejas de desierto, no de redil. Las ovejas de redil son temerosas y dependientes. No irán a la iglesia a menos que las visites en su casa. Cuando no vas, no vienen. Jesús no hacía eso. Él les dejó un mandato a todos los creyentes: “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Las casas deben volver a ser centros de evangelismo y discipulado y no el refugio de cristianos cómodos y dependientes.
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