LOS ZAPATOS DE MI PADRE
Cuando yo era un niño pequeño, mi padre me enseñó a lustrar sus zapatos. A mi padre le gustaba siempre estar impecable. Traje, corbata y camisa blanca. Cada domingo antes de subir a predicar, él se detenía un momento, yo me arrodillaba y dejaba sus zapatos relucientes. Algunos no veían bien eso pero a mí me gustaba hacerlo. Luego, mientras le gente estaba atenta al carisma y la palabra que mi padre impartía, yo estaba atento a lo que bien que se veían sus zapatos.
Hoy veo que muchos niños pequeños no respetan a sus padres. Son como pequeños dictadores que le exigen tantas cosas a sus padres a pesar de su corta edad. Hoy veo que son los padres los que se arrodillas para atar las correas de los zapatos de sus hijos. A mí, aquel simple hecho me enseñó a apreciar y a valorar a mi padre en otra dimensión. Por aquel acto aprendí a honrar y a respetar a los siervos de Dios. Cuando fui grande, siempre traté de ayudar y de honrar a los pastores. Especialmente a los pioneros. Me puse a la sombra de muchos ancianos sabios y curtidos. Cuando le sacas brillo a los zapatos de un siervo de Dios no te estás humillando, estás aprendiendo de qué están hechas sus bases. Todos los pioneros, como mi padre, han forjado sus bases con dolor, humildad, pasión, esfuerzo y templanza.
Hoy soy yo quien sube cada domingo a predicar, pero daría lo que fuera para volver a lustrar los zapatos de mi papá. Hace unos días con generosidad, amor y diligencia fue Samuel, mi nieto mayor, quien vino y se sentó a mis pies a darle brillo a mis zapatos. La foto de ese momento fue un regalo de Dios que quiero compartir con todos ustedes en este fin de semana tan especial
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